Tormenta primavera: Carta a Rosa María
Hoy se cumplen 12 años de que dejaste de ser Rosa para dormir en la tierra.
Tormenta en primavera
Ay Rosa, hay tanto que contarte. Después de que te marchaste no sabíamos cómo seguir nuestras vidas, te fuiste y nos dejaste tu jardín, ese que tanto cuidaste, lleno de colores, de rosas y de tulipanes. Él también empezó a extrañarte, se llenó de silencio esperando a escuchar tu voz fuerte e inigualable, y mientras la esperaba se llenó de hierba y matorrales.
Había días que no alcanzaban las mañanas, otros en los que se sentía el vacío de tu partida, esos eran los más eternos, así como lo era tu amor, tu presencia y ahora lo es tu recuerdo.
Al jardín nunca le faltó agua, había noches de tempestades y todas tus flores se regaban con la lluvia que caía del cielo, ese que no dejaba de ver con la intención de encontrarte. También se regaba con agua salada, el mar que salía de nuestros ojos, ese que si lo retienes te empachas y si lo dejas salir te sana.
Ay Rosa, hay tanto que contarte. Después de que te marchaste, me surgieron un montón de sueños, metas y planes. Un suspiro de livianez al saber que ya no ibas a juzgarme. Entre tanta tristeza por el hueco que se formó en mi corazón, tu jardín me invitaba a reinventarme, y hacia donde ponía los ojos me decías: “No me he ido, aquí estoy y a dónde vayas te sigo”.
Con un pie por delante quería comerme el mundo, ir a donde nunca viajaste y llevarte conmigo a conocer lugares. No estuviste en los momentos más importantes, pero cada uno los viví como si estuvieras allí, viéndome y diciéndome al oído: “Qué orgullosa estoy de ti”, aunque hayan sido palabras que no te atreviste a decir.
Ay Rosa, hay tanto que contarte. Después de que te marchaste me gradué de la carrera, pero no me casé. Me enamoré joven, como tú y como mi mamá, pero desafortunadamente no te lo pude presentar. Nunca lo invité porque mamá no me dejó, tenía miedo que fuera el primero de tantos.
Se llama Carlos y llevamos trece años, nos separamos un tiempo pero regresamos para transformarnos. Sé que eso no te hubiera gustado, hubieras preferido hacer las cosas “como Dios manda”: casarme por la iglesia y salir de blanco, pero no Rosa, el color blanco me gusta pero no para tanto.
Por cierto, llevamos seis años de “casados” porque como decía Francisco, la casa es de dos, aunque en realidad somos tres, pero no es un bisnieto, es una perrita de raza pitbull que tiene un color de ojos que te hubiera gustado ver. Se llama Coffee, así como el café que solías tomar cada amanecer.
Ay Rosa, hay tanto que contarte. Después de que te marchaste, al poco tiempo me enteré de algo que no podía entender. Un día, buscando en tu closet donde aún descansaban tus pertenencias, me topé con un documento que constaba tu unión con Francisco ante la ley.
La fecha era de mucho después, cuando mi mamá y mi tío ya estaban grandes. En ese momento empecé a cuestionarme ¿Por qué querías que hiciera lo que tú no hiciste?
Ay Rosa, hay tanto que contarte. Después de que te marchaste, viajé sola por primera vez a otro país. Tenía 22 años y me moría de miedo pero también deseaba por cumplir un sueño. Recordé todo lo que tú me decías y aunque me sentía en una telenovela, decidí que allá no era.
Tus ideas, pensamientos y creencias se parecían mucho a lo que veías en la tele. Siempre la veías hasta quedarte dormida. Yo también crecí con esa fantasía, pero entendí que no quería esa vida, ni mucho menos andar cumpliendo expectativas.
Ay Rosa María, hay mucho que contarte. Después de tu partida, se quedó vacío el sillón de la terraza, ya no se escuchaban tus chiflidos por toda la casa. Las madrugadas quedaron sin compañía y el jardín solo dormía mientras el sereno lo cobijaba.
Fuiste la primera en irte de la cuadra, tus vecinas y amigas lloraron mucho, se quedaron sin esa mujer que las ayudó y las empoderó tanto. Tu hija, se fue para abajo después de perderte a ti y a su único hermano. Esa casa tan grande que construiste con tanto esfuerzo, ahora solo quedaban mi madre y mi abuelo.
Ay Rosa María, hay mucho que contarte. Después de tu partida, todo se empezó a caer a pedazos, Francisco dormía de día y andaba de noche, mi mamá tuvo que asegurar las puertas para que no se saliera en plena madrugada a la carretera. Él se perdió después de tu partida y la de mi tío, el dolor por perder al amor de su vida y a su hijo, lo fue invadiendo poco a poco hasta sus últimos días.
Cuando Francisco ya te había alcanzado, empezó una tormenta de problemas, aunque en realidad ya habían comenzado mucho antes. Los pilares de la familia ya no estaban y todo lo que ustedes habían construido, era solo una fachada.
La avaricia, la envidia y la ambición hicieron que en lugar de que mi mamá atravesara sus duelos con tranquilidad, viviera una pesadilla que después de dos años pudo terminar. Después de esa tormenta, todo cambió para bien, incluso para mejor. El jardín recobró su color y aunque ya no había tulipanes, todo comenzó a florecer.
Ay Rosa te quise tanto y me lastimaste otro poco, pero sé que detrás de ese enojo y de esa coraza había un montón de miedo. Tal vez por eso te enojabas conmigo, porque era la rebelde, la que no pudiste controlar. Tal vez porque todo lo que quisiste hacer y ser, yo te lo vine a mostrar. Sé, que donde estés te sientes orgullosa de mí y de lo que he logrado, aunque ya no me lo digas, también sé que siempre estarás a mi lado.
Ay Rosa, recuerdo cuando llegabas a cualquier lugar, iluminando a todos con tu sonrisa, parecías reina de carnaval, toda una reina sin corona que al salir se vestía despampanante, bien perfumada y con un montón de joyas. Eras la rosa blanca del jardín, con tus ojos verdes y cabello gris.
Ay Rosa María hay tanto que contarte de la vida, lo que he aprendido y me hubiera gustado enseñarte. Te extraño, te siento y te llevo a todas partes.
Rosa María, era mi mami Rosa, nunca le gustó que le dijéramos abuela. En el 2008 comenzó a enfermarse, no podía respirar por sí sola y la falta de oxígeno afectó todo, desde el habla hasta su motricidad y así dejó de caminar por la fibrosis pulmonar. No tan solo su vida cambió, nos cambió a todos.
Cuando entré a verla al hospital, pude notar la lucha entre las dos por no quebrarnos. Todo en ella se fue apagando, lo único que le brillaba eran sus ojos color verde esmeralda. Ella se hacía la fuerte para intentar hablar sin que sonara agitada y yo intentando contener con todas mis fuerzas el llanto que quería desbordar como tormenta en plena primavera.
Eso era ella: una tormenta en primavera. Así como mi vida se convirtió cuando mamá se fue a cuidarla. Después de todo lo que su partida nos dejó y se llevó, vino la calma.
Vengo también de ella y la llevo a donde quiera que vaya.