Somos resultado de nuestras emociones. Las reprimidas y las que nos permitimos sentir.
Es fácil fluir con la vida cuando estás feliz, pero ¿y cuando la tristeza toca la puerta? ¿La ignoras o decides abrir?
Cuando te preguntas por qué no funciona la vitamina, el yoga, la terapia y la medicina, cuando intentas de todo y quieres ir de prisa: que se vaya, que pare porque su llegada lastima, pero lastima más el rechazo a sanar las heridas.
Cerrarle la puerta a nuestras emociones es no permitirnos transitar nuestros dolores, ellas nos habitan y nos tocan para conversar profunda e incomodamente, demostrarnos que no son negativas ni mucho menos nuestras enemigas.
Dejarnos sentirlas es dejar que el mar se desborde para conquistar terrenos en donde construimos fuertes de concreto para defendernos, para refugiarnos del dolor, un dolor que sin saberlo iba llevándonos a mar adentro.
Somos el resultado de las emociones y podemos elegirlas. Tenemos muchas oportunidades para darles un lugar en el que se sientan aceptadas, comprendidas y valoradas. Solo así se van acomodando, van reclamando el lugar que siempre les ha pertenecido y del cual sin darnos cuenta las hemos excluido.
Elige sentir y verás cómo todo cambia, fluye y brota, como una semilla que sembraste en pleno invierno y germina con las gotas que salen de tus ojos. Esas gotas con sabor a sal, asi como el mar, lleno de corales y profundidad, agua salada que limpia y ayuda a sanar.