Florezco en la naturaleza de mi ser, en el pasto, en los ríos, en la lluvia y en las montañas. En el flujo del agua que viene y va.
Florezco en lugares acogedores, esos rincones del susurro de mi alma, donde escucho su silencio y siento que resueno.
Florezco en lugares que me dan la bienvenida con una señal, algo sencillo, tan claro y mágico que no necesito descifrar.
Florezco frente a espejo cuando me digo la verdad, en cada espacio vacío que me permite crear.
Florezco cuando veo el cielo y la obra natural de su lienzo.
Florezco en donde me siento en casa, en los abrazos cálidos que se dan sin explicar nada, en los besos cortos al despedirse en la mañana y en la danza que surge en la cama.
Florezco en la tierra cuando mis pies la tocan.
Florezco en la oscuridad de la noche dormida que habita en la recámara poco conocida, esa que cuando se despierta se presente.
Florezco en los colores diluidos de la acuarela, en la imperfección que pinta una obra auténtica. Sin condiciones, ni juicios, ni reglas.
Florezco más en primavera, porque ella vive en mi de distintas maneras.
~Mon💛
Hace unos días empecé a explorar otras lecturas, y te comparto un extracto del texto con el que resoné tanto:
-¿A quién se le ocurrió que hubieran jarros para el agua? -Al agua misma se le ocurrió. -¿Y para qué? -Para poder reposar en su superficie y así poder contarnos los secretos del Universo. Ella se comunica con nosotros en cada charco, en cada lago, en cada río; tiene diferentes formas para vestirse de gala y presentarse frente a nosotros siempre nueva.
La tierra es nuestra madre, la que nos alimenta, la que cuando reposamos sobre ella nos recuerda de donde venimos.
-Y el fuego, ¿qué dice? -Todo y nada. El fuego produce pensamientos luminosos cuando deja que el corazón y la mente se fundan en uno sólo. El fuego transforma, purifica e ilumina todo lo que piensa.
-¿Y el viento? -El viento es también eterno. Nunca termina. Cuando el viento entra a nuestro cuerpo, nacemos y, cuando sale, es que morimos, por eso hay que ser amigos del viento.
La saliva es agua sagrada que el corazón crea. La saliva no debe gastarse en palabras inútiles porque entonces estás desperdiciando el agua de los dioses[...]si las palabras no sirven para humedecer en los otros el recuerdo y lograr que ahí florezca la memoria de dios, no sirven para nada.
Capítulo 2, Malinche, Laura Esquivel - Lo mejor de la literatura mexicana