Necesito salir. Llevo días en casa sin conectar con personas distintas. Ayer caminé por la playa y metí los pies en el agua. Necesito distraerme, simplemente no pensar en nada más que en la vida, en la naturaleza y su grandeza.
El pasado me sigue visitando, ya no duele como antes pero camino sobre los restos de los huesos que se rompieron. Camino sobre los vidrios que se quebraron de todas las ilusiones que me construyeron.
Las sombras a veces son tan grandes que siento que me tapan. Los monstruos son tan sutiles que no los veo venir. Simplemente salen vestidos de miedos que me cierran puertas y me dicen que no de mil maneras.
La humedad vuelve a salir en las paredes, las grietas se forman nuevamente en el techo, la pintura se descarapela, y entonces me doy cuenta que nada se mantiene igual, ni en el mismo lugar. Que todo cambia y todo se mueve, y a veces en vez de ver la humedad crecer, la pintura caer y la lluvia colarse por la grietas, hay que tomar una pala, raspar la pared, tomar una brocha y pintar de un nuevo color.
Contemplar para saber escuchar a tu corazón y a tu alma que habita en él. Es necesario para saber qué hacer, hacia dónde redireccionar. Contemplar solo el tiempo necesario porque la vida sigue su curso, sigue pasando mientras te quedas con los ojos puestos en todos los desperfectos.
La humedad no se detiene sola, la pintura no se deja de caer, y las grietas se hacen cada vez más grandes si no las reparas.
A veces, la vida nos obliga a detenernos. Nos encierra en un espacio donde las sombras crecen, donde el pasado susurra y donde todo parece desgastarse con el tiempo. Pero detenerse no siempre significa rendirse. A veces, es el primer paso para mirar con atención lo que necesita ser resignificado.
No se trata solo de ver el desgaste, sino de decidir qué hacer con él. ¿Seguir mirando cómo todo se desmorona o poner las manos en la obra y reconstruirnos?
~Mon ❤️🩹