En algún momento, intenté recuperar los momentos que pasé a mil por hora, a esa velocidad con la que percibía el mundo, pero lo único que conseguí fueron tropiezos con las mismas piedras. Ahora comprendo que esos obstáculos estaban destinados a detenerme y a impulsarme a cuestionarlo todo.
La Monse que escribe esto no es la misma que la de hace un año, ahora intento respetar mi ritmo y honrar quien he sido y quien soy hoy.
Afuera todo pasa tan rápido, tan acelerado que es agotador. La escritura es pausa, es silenciar el ruido externo para escuchar el que hay dentro, y mientras vas dibujando las palabras te das cuenta que ese ruido se convierte en voz, la voz de tu alma, de tu corazón; esa que ya habita en tu interior.