La ruptura de lo que creía que era el amor
Renunciar a unas cuantas flores para aprender a cosechar un jardín completo
“Pa´ qué chingaos quiero un ramo de flores”. ¿De dónde viene ese deseo, ese capricho? ¿es mío?. ¿Acaso eso es el amor, unas flores hermosas que fueron cortadas para durar unos días hasta que se marchitan?
Renunciar a unas cuantas flores para aprender a cosechar un jardín completo.
Una imagen en mi cabeza que se fue convirtiendo en una ilusión y después en un sueño. Una imagen que la fui copiando de todo lo externo, de todo aquello que no me pertenecía y me fui creyendo.
Una imagen ficticia que me fue distorsionando como si me hubiera tomado una botella de vino entera en un instante. Así creía que el amor tenía que ser, siempre bajo los efectos del romanticismo.
Cuando me enojé con lo romántico
Es difícil aceptar lo que ya es. Es difícil querer cambiarlo y no poder. Es difícil reconocer tu poder y decidir transformar lo que está en tus manos, lo que te toca; por ti y para ti.
El momento en que me enojé con el romanticismo fue una sacudida en mi corazón, una fisura a mi pasado y a todo lo que creía que era una relación amorosa.
Había pasado tanto tiempo creyendo en las historias de amor con final feliz, en los detalles tangibles y en las promesas infalibles. Creía que una relación románticamente perfecta era el camino hacia la felicidad. Creía que iba a llegar el hombre de mis sueños que me cumpliera todos mis deseos. Ahora que escribo esto me da mucha compasión. Hoy abrazo a esa versión de mí.
Más que enojarme con lo romántico, me enojé conmigo misma por haber creído que necesitaba un cuento de hadas para sentirme valiosa, para sentirme amada. Me enojé porque estaba decepcionada que la realidad no fuera como la Monse chiquita se imaginó.
Estaba viviendo un duelo amoroso que no tenía nada que ver con el fin de una relación, más bien con la ruptura de mis ilusiones y de mi propio Yo. Un duelo que dejaba ver todo de mi: mis luces y sombras.
Perderte por amor
En esta búsqueda de perfección, me convertí en la más romántica y al mismo tiempo en la villana de la historia, de mi propia historia. Me olvidé de mí misma, de mi propio jardín interior, de mi capacidad de florecer.
Algo que he platicado con algunas amigas es que cuando iniciamos una relación amorosa, nos vamos alejando de todo aquello que también nos construye, nos nutre y nos expande. Al principio, creo que es hasta cierto punto normal, pero después de esa etapa tenemos que volver a equilibrarnos.
Si no tenemos la consciencia, si no nos conocemos, amamos y valoramos lo suficiente, podemos perdernos a nosotras mismas.
Confieso que me he perdido varias veces. No prometo ni juro que lo dejaré de hacer. Perderse es parte también del proceso de la vida, de la reinvención, del aprendizaje, de la muerte y del amor; siempre y cuando sepas en qué momento y de qué maneras regresar.
Aprendiendo a hacer las pases
La Monse romántica quería que todo fuera a su manera, que si tenía que pedir las cosas, entonces no. Esta versión solo quería que le cumplieran sus deseos. Pedía y pedía. Esta versión no estaba dispuesta a dar, a rendirse ante su ego y a sus heridas, a ceder para recibir otras formas de amor.
El amor es natural y yo quería honrarlo como tal, que no dependiera de clichés o expectativas externas. Ese fue el momento en que dejé de buscar el romanticismo como una solución a mis vacíos y empecé conectar de manera más profunda y auténtica, tanto conmigo misma como con mi pareja.
Enojarme con el romanticismo fue el primer paso hacia una forma de amar más real y sincera, una forma de amar que no se basa en ilusiones, sino en la verdad de quienes somos realmente.
La Monse de hoy, ha aprendido a soltar y en ese proceso se ha permitido conocer y aprender nuevos idiomas de amor que ni siquiera había considerado en la categoría “Mi relación amorosa”. Ha comprendido que el amor consciente y responsable más allá de demostrarlo, se siente y habita en los pequeños actos de bondad y en la conexión genuina entre dos personas.
El amor es una comunión sincera y libre, donde cada ser se nutre a sí mismo para poder compartir lo mejor de cada uno con el otro. Es un amor que crece y se expande, que conoce de límites y acuerdos porque no se construye sobre la necesidad, sino sobre la abundancia y la generosidad.
Amar de otra forma ha implicado redescubrir el amor dentro de mí, cultivar mi propio jardín, regar mis propias raíces con la ternura y la paciencia que merezco. He aprendido a apreciar el amor de un manera distinta. Así que aunque me sigue encantando esa parte de mi romántica y detallista que le gustan los ramos de flores, prefiero cosechar un jardín repleto. Es un acto de profunda conexión conmigo misma, de reconocer mi valor y mi esencia.
También he aprendido -y sigo aprendiendo- a renunciar a la imagen idealizada que alguna vez me cautivó. En lugar de buscar, pedir y esperar por flores que se marchitan con el tiempo, he decidido convertirme en la jardinera de mi propia alma, sembrando semillas con amor, compasión y autenticidad.
Amar de otra forma ha sido un acto de rendición, de valentía y de compromiso conmigo misma.
-Mon 💖
Qué buena decisión, ser jardinera de tu propia alma 👌🏼❤️