¿Por dónde empezar? Si son 30 años desde que llegué a este mundo…
Los primeros 10 años
Tuve un vida en donde me llamé María, al menos eso creo. Mi mamá me cuenta que pensó en ponerme ese nombre antes de Monserrat, pero al final solo eligió uno.
A los tres años perdí la capacidad auditiva en el oído izquierdo. Hoy me gusta pensar que María me visitó a esa edad con la intención de desarrollar mejor mi capacidad y me regaló el poder de: Escuchar más hacia dentro, escucharme más a mi y a lo que tenía que decir.
Los años próximos
A los 14 años mientras desayunaba en el comedor de mi casa junto con siete sillas vacías, sentí que algo se desbordaba por dentro, y por más que intenté contenerlo no pude. En ese momento me levanté y fui por una libreta y una pluma, así empecé a escribir lo que escuchaba en el silencio interno. Mar~ía seguía allí, ese día se desbordó a través de mis ojos.
El mar siempre me ha llamado, tal vez por la necesidad de sacar las emociones que llevo dentro. Ese mar de emociones, mi mar, al que tanto me enseñaron a temerle, a creer que era peligroso meterme y en el que nunca me enseñaron a nadar.
Amores
A los 15 conocí a mis “Girls on fire”, mujeres con un corazón enorme que me han mostrado su grandeza a través de sus acciones. Hoy sé que están allí sin importar los días que no nos hemos visto o los cafés que se han puesto fríos, lo sé porque su amistad sigue manteniendo mi corazón calientito.
A los 17 años, me reencontré con un amor bonito que me acompaña hasta hoy, ese amor que me ha sostenido y sobre todo, me ha impulsado a creer en mi. A través de ese amor he aprendido a amarme y aceptarme también a mi.
Hay amores que son eternos, y cuando se van, encuentran su lugar además de los recuerdos.
Las pérdidas que me han enseñado a ganar
Cerca de los 20 años, tres de las personas que más amaba partieron casi al mismo tiempo, dejando una tormenta de emociones que la escritura calmó poco a poco. Y cuando parecía que la tormenta había pasado, vino un huracán que casi arrazó con todo.
Hoy me gusta pensar que las lluvias, las tormentas y los huracanes vienen a limpiar, a llevarse todo lo que no necesitas, aunque a veces también se llevan lo más preciado. También me han enseñado a que puedo volver a construir y empezar de nuevo.
De la mitad de mis 20 hasta hoy, han pasado muchas tormentas, huracanes, pero también veranos hermosos, días de playa, sol y arena.
Me he atrevido a abrirle la puerta a la incomodidad, al dolor y al pasado para poder vivir mejor mi presente y disfrutarlo mientras lo voy transformando. No todo está aprendido ni sanado, pero está siendo reconocido y aceptado. He vivido tanto y he tenido la valentía para abrazarlo y también para soltarlo.
Soltar para recibir es una constante que quiero seguir practicando.
Querida vida mía:
Siempre me recuerdas que todo es un ciclo, que nada es permanente, que todo pasa y que puedo lograr todo lo que piense y mi corazón siente.
Gracias por obrar al ritmo de Dios, gracias por hacerme bailar a mi propio ritmo, a mi propio son.
Gracias por cada uno de los aprendizajes que me han invitado a nadar en la profundidad de mi mar, ese que no pide perdón por su inmensidad.
Gracias por llenarme de vida, de vitamina, de fuerza y de vitalidad. Gracias por ser el camino, el puente y también por permitirme ser un canal.
Gracias porque a través de ti, he aprendido a andar, a navegar, a nadar, a volar y aterrizar, y el mayor regalo ha sido mi libertad, esa que me ha permitido vivir y honrarme sin más.
Querida vida mía me has sostenido durante 30 años en los cuales he construido y derribado partes de mí. He reído, llorado, cantado, y sobre todo, he bailado y he gozado.
Gracias por darme tanto, por abrazarme y llenarme de milagros envueltos en regalos.
Queridos 30 estoy lista seguir gozando.