Dudar de mi cada vez que empiezo algo nuevo, cuando intento y cuando creo.
Dudar cuando todo llega tan fácil porque seguro es muy bueno para ser cierto.
Dudar cuando todo se vuelve realidad, cuando huele a nuevo.
Pero a cada duda ya no le creo, ya no le abro la puerta para que entre y me deje fuera. La escucho, la siento. Ya no la habito, la enfrento.
Porque hay dudas que te abren puertas pero hay otras que te limitan y te las cierran. Saber cuándo vienen envueltas en color blanco o en negro, decidir si las pruebas, las cuestionas o las ignoras.
La duda me ha regalado posibilidades y nuevos comienzos pero también me ha quitado mi poder para reemplazarlo por miedo y ego.
En el espacio que me deja la duda he encontrado claridad y he podido tomar decisiones que me llevan a un mejor lugar.
Dudar se ha convertido en la puerta que abro para confiar, para tener más fe en el siguiente paso que voy a dar. Porque la duda también se ha convertido en un camino en donde además de permitirme explorar, puedo brillar.