Las mujeres de mi familia solo se arreglaban cuando salían de casa o había una fiesta. En el día a día, vestían de bata, mandil y sandalias. Crecí viendo ese contraste: ellas tan sencillas, tan genuinas, y al mismo tiempo vistiéndose para la ocasión especial y para otros, tratando de cumplir con una idea de perfección que no comprendía.
Cuando me miraba al espejo, sentía una presión por ser diferente. Ser perfecta, como si la perfección me diera el permiso para ser yo misma, pero no veía en mi entorno nada que me mostrara qué significaba realmente. ¿Por qué me pedían algo que ellas mismas no hacían? Con el tiempo, entendí que la perfección que me habían enseñado no era más que una ilusión vacía, una imagen que no reflejaba lo que realmente era importante: mi esencia.
La perfección se convierte en una falsa promesa que nos aleja de lo más auténtico de nosotras mismas.
Por años, me autodefiní como perfeccionista, creyendo que era una virtud. Lo veía como algo que me empujaba a hacer más, a lograr más, y en su momento lo sentí útil porque me mantenía enfocada. Pero con el tiempo, al volverme más consciente de mí misma, empecé a darme cuenta de que esa misma perfección me estaba limitando, apretando, y ya no me ayudaba. Autodefinirme como 'soy perfeccionista' dejó de ser una fortaleza, y pasó a convertirse en una cárcel mental. Y no me daba cuenta de cuánto me estaba robando de mí misma. Cuánto me alejaba de lo que realmente soy.
La perfección es como un jefe autoritario que se disfraza de líder. Te promete seguridad, éxito, control. Pero en el fondo, solo busca que te quedes ahí, atrapada en su red, para que no te atrevas a ser tú misma. Es tan sutil que ni siquiera notas cómo te va arrebatando el poder, cómo te va dañando sin que puedas verlo a tiempo.
Hoy sé que mi valor no está en lo que hago, ni en lo que escribo, ni en lo que construyo. Mi valor está en todo lo que soy, en mi esencia, en el amor con el que decido vivir. En el sello que decido impregnar.
La perfección, es reconocerme tal como soy y abrazarme con compasión. Y, sobre todo, dejarme abrazar por la vida, sin exigirle que sea perfecta, sino que simplemente sea.
Pregúntate ¿cómo puedo empezar a soltar lo que me aprisiona para vivir con mayor amor hacia mí misma?