Mi cabello ocupaba el número uno en la lista. No me gustaba, mucho menos en las mañanas cuando mamá lo peinaba. Ella ponía tantos productos, entre ellos gel para poderlo estirar y que no me saliera ni un pelo.
El «producto milagroso» no faltaba, me acuerdo que era rosado y mi mamá compraba de a montones porque era el único que podía "controlar" por más tiempo mis chinos.
Un día mi mamá tuvo que salir por la mañana y le tocó a mi papá lidiar con mi cabello. Recuerdo que iba en el kinder, pero mi papá por falta de práctica no me peinó como de costumbre, a tal grado que hice mi berrinche porque no quedó bien estirado y la coleta que me intentó hacer me bailaba tanto que ya no sabía si se estaba deshaciendo por la falta de fuerza o por los golpes que mis pies daban al piso. Me enojé tanto con mi papá por no saberme “peinar”, pero él no se complicó la vida y a mí me facilitó la existencia.
Ese día no me dolió la cabeza en la escuela y recuerdo que todos mis compañeros entre niños y niñas me chulearon y tocaban mi cabello causando curiosidad entre ellos. Creo que era la primera vez que veían mis chinos al natural.
Crecí y mamá siguió peinándome, pero cada día se cansaba más de lidiar con mi cabello, y yo de ir así todos los días a todos lados.
¿Por qué desde tan chica quería cambiarlo? Caí en cuenta que todo a mi alrededor indirectamente me decía que lo hiciera, no encontraba una representación por ningún lado. A mis compañeras de la escuela las peinaban de mil maneras con accesorios y en cambio si a mi me los ponían se enredaban tanto que era una batalla campal el poder quitarlos. Una vez mi mamá estuvo a punto de cortarme un mechón porque no podría con mis nudos.
¿Y cómo no quererlo lacio? Si en las películas no había princesas con cabello como el mío.
Mientras crecía, también crecía el tonto deseo de poder cambiar mis chinos algún día, y también veía más cerca la posibilidad de transformarlo.
Cuando según yo había llegado el momento, mi mamá se rehusó, se acercaban mis 15 años y por más que le supliqué no me dejó hacerme el planchado permanente.
Hasta que un día, me di cuenta que cuando lo llevaba al natural todas las personas me hacían cumplidos, y yo me sentía incómoda, y entonces me cuestioné: ¿Por qué me siento incómoda y no estoy abierta a recibir lo que los demás ven en mi? ¿Cómo es posible que mi cabello le gusta a muchos y no a mi? Y ahí empezó a cambiar todo, simplemente un día lo solté y me atreví a caminar con ellos.

Solté también el falso deseo de querer cambiar y por primera vez me sentí Yo.
Al principio no fue fácil, me sentía incómoda, sobre todo porque sentía que llamaba la atención, pero me decía: ¡Así soy! no tienes por qué incomodarte, pero sabía de dónde venía esa emoción o sentimiento.
Poco a poco conforme más decidía dejarlo ser, me fui acostumbrando a mi naturalidad y la incomodidad fue desapareciendo.
Así pasa con todo en la vida:
Nos vamos acostumbrando a cómo nos dijeron que teníamos que ser y cómo teníamos que vernos, aunque duela.
Así como me acostumbré a que el dolor de cabeza era normal por estirar tanto mi cabello para que no se me saliera un churro al aire, así también nos vamos acostumbrando a ser quienes no somos para tratar de encajar, para gustar, para complacer, para que “no nos dejen de amar”, etc.
Intentar cambiar la forma natural de lo que ya es y de lo que ya somos, solo traerá dolor e insatisfacción.
Cuando soltamos, la magia surge, y la manera en que funciona, al menos para mi, es atravesar la incomodidad porque la incomodidad pasa pero el dolor se queda.
Si te sientes incómoda con una parte de ti muéstrala, trátala bonito, apapáchala, reconócela tal y como es y camina con la cabeza en alto.
Aunque al inicio mientas un poco pero hazlo, porque si te creíste todo lo que te dijeron o lo que viste y te hizo sentir insegura alimentando ese deseo de querer cambiar algo que ya es hermoso en ti, ¿por qué no creerte lo que ya es y eres de verdad?
Gracias a mi papá por no saberme peinar aquel día y a mi mamá por no dejarme que me planchara mis chinos.
Cuando solté mi cabello florecí por dentro, y empecé a amarme. ¿Qué vas a soltar tú?