La tierra es el hogar. La base. El lugar al que regreso para recordarme que soy cuerpo, que soy raíz, soy aire.
Durante mucho tiempo, creí que ponerme límites era liberarme. Pero también fue la trampa que me separó del mundo y de las oportunidades.
La vida —y mi propia energía— me fueron enseñando otra cosa: Que los límites no son muros, sino jardines. Que no están para aislarme, sino para proteger mi tierra fértil.
Aprender a honrar mi energía fue un acto de amor propio. De escuchar cuando mi cuerpo decía basta. De respetar cuando mi alma pedía silencio. De cuidar el espacio sagrado donde mi creatividad germina, crece y florece.

Porque si no hay raíz, no hay fruto. Si no hay tierra firme, no hay vuelo que se sostenga.
Aprendí que mis límites no me limitan, me liberan. Me permiten estar presente, conectada conmigo misma, entera. Me enseñan que a veces hay que decir “sí” adentro, y “no” afuera.
Hoy abrazo mis tiempos. Mi ritmo. Mi forma de habitarme. Confío que, al cuidar mi tierra, el mundo se abre, se expande.
Honrarme es honrar la vida que crece en mí. Cada límite que elijo desde el amor, es una semilla que planto para seguir.
¡Qué precioso Monse! 💚
Gracias por compartir tu camino y también por permitirme ser parte del proceso 😍
Eres mucha inspiración y te celebro amiga ✨