El fuego tiene dos rostros. Puede ser la chispa que enciende la vida… o la llama que consume si no aprendemos a mirarlo de frente.
Así es también el camino de los sueños:
Ese mismo fuego que impulsa a seguir mi corazón, que hace vibrar de emoción, es el que también, a veces, prende las antorchas de mis miedos.
De mis dudas.
De todas esas vocecitas internas que preguntan:
“¿Y si no lo logras?”
“¿Y si te equivocas?”
“¿Y si no eres suficiente?”
Al principio, no sabía que era el mismo fuego. Creía que había algo roto en mí por sentir miedo. Pero luego entendí: El miedo aparece porque el deseo es grande. Porque lo que está en juego es importante.
El fuego no es el enemigo. El problema es a qué le echo más leña.
Si alimento la llama del miedo, puedo quemarme en dudas, en inseguridades. Pero si respiro profundo, si me enraizo en mí, si le echo madera a la confianza, entonces el fuego se convierte en fuerza sagrada.
Aprendí que no tengo que apagar mis miedos para avanzar. Solo necesito hacer espacio para ellos sin dejar que ellos iluminen. Puedo caminar con fuego en el corazón y dudas en el bolsillo… siempre y cuando no olvide hacia dónde quiero ir.
El fuego me recuerda que estoy viva. Que estoy apostando por algo que amo. Y eso, aunque a veces asuste, es un motivo para avanzar.
Hoy abrazo mis llamas, incluso las que me incomodan. Porque sé que en cada chispa, en cada achique, en cada duda, hay también una oportunidad de transformarme. De volverme más fuerte, más auténtica, más mía.
El fuego purifica, transmuta. Y en ese calor interno, voy forjando la vida que mi alma vino a crear.