Abrir la puerta del dolor
No pensé que estar dispuesta a abrir la puerta de la apertura también me invitaría a abrir la puerta del dolor.
Y es que es muy fácil dejar de lado a lo que no le encontramos lugar por miedo, por culpa y por un montón de cosas más.
Es sencillo tapar una herida con maquillaje para intentar seguir con nuestras vidas, a veces preferimos eso que tomar la responsabilidad de sanarla. Maquillar nuestras heridas es arrebatarnos la oportunidad de crecer y de liberarnos de cosas que no nos pertenecen.
“No se sana en la comodidad”.
Lety Sahagún
Hay heridas que no sanan si no les permites sanar. La incomodidad es la maestra para indicarnos dónde está la herida y el camino es jodidamente doloroso pero liberador.
Abrir la puerta del dolor es quitarse un peso de encima pero atravesarlo es un duelo que a veces te hace arrepentirte. Abrir la puerta del dolor también es empezar a quitarse otros pesos de poco a poco hasta sentirse lo más liviana posible.
Abrir esta puerta, es como la grieta que deja pasar la luz, y entre más oscuro se vuelve más sabes cómo dirigirte hacia ella. Es también el espacio para salir diferente, para florecer, para salir al mundo y dejarte de esconder.
Hay cosas que no queremos hacer pero sabemos que es lo mejor, y esa voz que te dice que es lo mejor, es la que al final te dice: “¿Ves? Ya pasó, ha valido todo. Cada lágrima estaba regando para que floreciera una sonrisa de gozo”.
No es romantizar el dolor, es saber que a veces es necesario, que si lo evitas cada vez será más grande, más difícil de atravesar y sanar.