Llevo 11 días haciendo un autoreto de escritura para reconectarme conmigo misma, para ver lo que mi cuerpo me está pidiendo que vea. Mi pie regresó a la normalidad y aunque ya quiero retomar la rutina, trato de hacerlo a un ritmo lento.
La verdad es que la Monse que escribió el primer Monday del año, no se imaginaba que volvería a cuestionar y resignificar la disciplina. Y tal vez te suene repetitivo, pero no puedo compartirte algo que no haya vivido o siga explorando en mi propia piel. Así que aquí va lo que he descubierto en esta segunda vuelta.
La satisfacción de cumplir tu palabra
En diciembre 2023 me encontré con una verdad incómoda: si no resignificaba la disciplina y empezaba a hacerla un hábito, no iba a lograr sostener nada de lo que realmente quería construir. Eso resonó muy fuerte, y aunque me daba miedo hacerme cargo, decidí dar el primer paso: ponerme un objetivo. ¿Cuál? Escribir cada semana por aquí y asegurarme de que,…
La disciplina y sus sombras
Si bien aquí te comparto cómo he resignificado la disciplina, recientemente he descubierto algunas capas detrás. No puedo pensar en la disciplina sin dejar fuera: la responsabilidad, el compromiso y la autoexigencia. Para mi vienen en paquete.
Detrás de la disciplina estaba un discurso super crítico de “llevarme al límite” pero no me estaba dando cuenta hasta que mi cuerpo me lo hizo notar. Según yo iba bien, a mi propio ritmo, confiando en mi corazón. Hasta que recibí dos llamados de atención en menos de un mes para cuestionarme y darme cuenta. En ambos casos me dolía moverme. Sí así de intenso empezamos el año.
Hace unos días leía las
y en una de ellas compartía que era más de ritmos lentos. Caí en cuenta que yo también. De hecho, amo los procesos porque cada cosa tiene su momento, su lugar, su espacio, su intención. Amo ver o imaginar cómo cada detalle forma parte de algo grande y maravilloso, y eso solo se puede apreciar al observar, al contemplar, al poner atención y al presenciar calma.Ser de ritmo lento para mí va un poco en contra del “paquete disciplina”. Hay una creencia de que si no actúo rápido, si no respondo rápido, si no voy rápido; algo está mal. Tal vez he sido yo quien ha interpretado e integrado esta creencia no tan solo a mi vida, sino también a mi cuerpo.
Lo tenía tan normalizado que no me daba cuenta hasta que el cuerpo me avisa.
El ritmo del corazón vs el ritmo del mundo
Mientras unos tiran la cuerda con fuerza y a mayor velocidad, otros decidimos soltarla para vivir de una manera distinta. Y esto no significa que sea una vida no valiosa, no digna, no hermosa, ni tampoco llena de éxito y plenitud. Vamos separando las ramas y creando nuestra propia leña.
Es agotador, porque el mundo “obliga” a moverse a un ritmo que muchas veces no es el nuestro. Pero centrarte en ti, honrar tu propio ritmo y sostenerlo en un mundo que insiste en lo contrario es un acto de amor y valentía.
Últimamente hay algo dentro de mí que me susurra que, quizás, la vida que he construido con tanto compromiso va en contra de la naturaleza de mi ser. Y tiene sentido. Cada vez que la vida me sacude, lo veo como una invitación a cuestionarme, a regresar a mí, a mi historia, a mis raíces.
Recuerdo a mi mami Rosa levantarse después de que el sol saliera, con su silbido que acompañaba el canto de los pájaros mientras se ponía su mandil y se preparaba para estar en la cocina. Esa era su disciplina, su lenguaje de amor. Y si bien detrás de los platillos deliciosos y del café con leche bronca y queso fresco se escondían el perfeccionismo y las ganas de sentirse reconocida. Pero ella se tomaba su tiempo. Nunca la vi con prisa. Mientras sumergía sus manos en la masa con manteca, se conectaba con lo que hacía. Sus ojos verdes se iluminaban, y eso me dice una sola cosa: lo hacía desde el amor y con el corazón. Quizás por eso su comida era una exquisitez.
Es curioso, porque yo también empecé a hacer lo que hago desde ahí: desde el corazón y desde el amor. Pero en el camino, el mundo a veces me sobrepasa y sin darme cuenta me desconecto.
Al recordar a mi abuela, también recuerdo que la prisa siempre es externa y ajena al amor. Nace, crece y se alimenta de la mente y del ego. El corazón, en cambio, es sereno. Se mueve con calma, con confianza, con la certeza del alma.
Mi mamá igual, nunca ha tenido prisa, pero sus manos muestran los nervios que se activan cuando el mundo le pide ir a un ritmo más rápido que el suyo.
Pienso en mi abuelo materno, en su caminar lento, como si la vida simplemente le pasara. Y luego veo a mi papá, y entiendo la dualidad de los seres humanos, de las parejas que elegimos. Uno siempre va más rápido que el otro. Uno es más despierto, más activo. No sé si forma parte del equilibrio de la vida.
En mi caso, soy yo la que siempre tiene prisa. Hace unos meses empecé a observarme: camino rápido, lavo los platos rápido, limpio rápido, como si alguien me estuviera apurando todo el tiempo. Pero en realidad, es mi mente. Y entonces me pregunté: ¿de dónde viene esta urgencia sin sentido?
La respuesta viene de lejos. De mis ancestros. De todos los que se unieron para que yo hoy esté aquí, escribiendo estas palabras, sentada en el suelo de mi estudio, tratando de recordar que la prisa nunca ha sido sinónimo de amor.








Regresar al corazón: el verdadero llamado
Regular mi sistema nervioso es un llamado que ha estado ahí desde siempre, pero apenas ahora lo hago consciente. Para mí, la disciplina, el compromiso y las responsabilidades vienen en paquete. Y las creencias que aún cargo sobre ellas hacen que mi sistema nervioso se acelere, que normalice la prisa y esa urgencia sin sentido. Solo lo noto cuando mi cuerpo, en su infinita sabiduría, encuentra la única forma de hacerse escuchar: a través del dolor o la enfermedad.
El estrés, los nervios, la prisa y la ansiedad no aparecen porque sí. Se manifiestan en el cuerpo porque es el único canal, el único medio que tienen para llamarnos la atención. Son una invitación a detenernos y cuestionarnos:
¿Desde qué lugar estoy caminando?¿Por qué?
¿Esto es realmente mío o me lo apropié sin darme cuenta?
Porque regresar al corazón siempre ha sido la respuesta.
Esto pasa: vivimos en una película dirigida por nuestras emociones heridas y creencias que toman el volante de nuestro ser, dejamos que el ego maneje en lugar de que lo haga nuestra alma y nuestro espíritu. Pero esto no significa que esté mal, porque al final para que el ego pudiera tomar el volante, el alma tuvo que haberle dado las llaves. Allí está la sabiduría. Allí está Dios. Pensamos que estamos dañados o que todo va mal, cuando en realidad todo está orquestado para que aprendamos lecciones que eleven nuestra propia alma y nuestro propio ser.
Todo lo que vivimos está orquestado y codirigido por Dios, él nos da la libertad para que obremos en pro de nuestro espíritu, él nos entregó las llaves porque confía en nosotros para que elijamos el camino que ya nos pertenece. ¿Y cómo saberlo? Abriendo el corazón, conectándonos con él y actuando desde el amor. Lo que resulta de eso es lo que nos guía.
La disciplina no es el problema, sino desde qué lugar la vivimos. Escucha tu cuerpo, honra tu ritmo y recuerda que la prisa nunca ha sido el lenguaje del amor.
Pregúntate siempre con la mano en el corazón ¿desde qué lugar lo estoy haciendo? y préstate atención. Todo tomará sentido.
~Mon 💖
Monse me encantó!!!! Y lo más lindo de tu texto, para mi, es el cómo lo relacionaste a tus ancestros 🤍. Cuando hablaste de tu Mami Rosa fue inevitable el viajar mentalmente a esa cocinas de las abuelas y ese ritmo que vi de niña en la mesa, en el patio, en el andar…🫶🏼 hermoso